jueves, 24 de enero de 2013

La vida de PI

Si alguna de las candidatas al premio a la mejor película en los Oscar parte antes de la gala desde una posición francamente rezagada ésa es La vida de PI.
 
 
La segunda cinta con más candidaturas en la noche de los premios de la Academia (11) se ha visto relegada a un discreto segundo plano. Ha sido ninguneada en la mayoría de los premios de la crítica y ha tenido que conformarse con un único premio para la música de Michael Danna en los últimos Globos de Oro.
 
 
Es evidente que por estos motivos, La vida de PI no estaría situada muy arriba en las apuestas. El caso es que la película de Ang Lee reúne algunos elementos de los que más gustan a la Academia: se trata de una gran superproducción desarrollada en un contexto exótico, bañada de paisajes e imágenes espectaculares, y no exenta de humor, drama y moraleja final. Además adapta uno de los mayores éxitos editoriales de los últimos años. Todos estos ingredientes deberían hacer de La vida de PI una seria candidata.
 

A todo lo anterior debo añadir que el director, Ang Lee, es uno de esos autores extranjeros que ha encajado perfectamente en la idiosincrasia yanqui, capaz de narrar la sociedad americana con todas sus luces y sombras, véase La tormenta de hielo. Además Lee ya ha sido reconocido por los académicos tanto por Tigre y dragón como por Brokeback Mountain. Todo esto hace que nadie  pueda descartar que ni PI ni el tigre Richard Parker sean los triunfadores de la noche del 24 de febrero.
 
En cualquier caso, La vida de PI no sólo vive del prestigio del director taiwanés. La propia película podría merecerse ciertas loas para ser considerada a los Oscar. Lee ofrece un relato en tres actos que ayuda a admirar de nuevo su polifacético trabajo. Experto en adaptarse a cualquier tipo de género y situación, el camaleónico director acerca en un primer acto a modo de cuento simpático y sencillo, incluso costumbrista, al personaje principal de la historia, PI. Éste narrará en primera persona la historia de su infancia y adolescencia y el proceder de su curioso clan familiar dueño de un zoo.  
 
La segunda parte en cambio, cuando se produce el naufragio del barco en el que PI y su familia se dirigían a América se transforma en un tono de epopeya y de lucha por la supervivencia. Lee, combina entonces con mayor determinación la voz en off del protagonista narrador y la acción en sí misma. Es precisamente en esta fase del film cuando podemos disfrutar más del trabajo del director. En ese espacio reducido de la barca salvavidas donde Pi acaba refugiándose ¿os acordáis de Naufragos de Hitchcock? Por supuesto, la dirección de Lee se ve acompañada de las increibles imágenes que ofrece el contexto de la historia, la ayuda de los espléndidos efectos especiales y la fotografía de Claudio Miranda.
 
La aventura finalmente se cierra en un epílogo, canto a la ficción, que devuelve el sabor de cuento moral con el que se inicia la narración. 

Quizás el mayor pecado de la película de Ang Lee es que, a pesar de su gran dirección, los citados efectos especiales y esas imágenes espectaculares que se guardan en la retina, se queda en una bonita y amable fábula moral. Se ve y se disfruta con una sonrisa pero nunca llega a implicar al espectador de manera definitiva. 

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