domingo, 21 de octubre de 2012

El próximo año a la misma hora, Sr. Allen


Como cada año por estas fechas y normalmente coincidiendo con su presentación en el festival de cine de Venecia, Woody Allen nos presenta su último trabajo. La cita anual del genio de Brooklyn nos recuerda que sigue vivo aunque no alcance ya los momentos álgidos de otros tiempos.
 
En esta ocasión, el Sr. Allen nos presenta una nueva parada en su viaje europeo. Esta vez, su homenaje es a la ciudad de Roma y a todos aquellos tópicos que representan la vida romana tantas veces retratadas en el cine. A Roma con amor es, como bien afirma el propio director, una mirada a la Ciudad Eterna desde el punto de vista del turista, de la misma forma que lo eran sus cintas de Barcelona y París, y que lo serán las próximas, si hay ocasión y mecenas locales que lo patrocinen.
 
Cuatro historias entrecruzadas muestran un Allen siempre ocurrente y no falto de ingenio que alterna momentos de brillantez y otros en cambio un poco más bajos e irregulares. Así se nos muestran también sus historias, algunas con puntos de partida excelentes y momentos hilarantes, recomendable la historia del tenor en la ducha, y otras en cambio que reflejan poco entusiasmo por parte del autor o al menos un enfoque más anodino, como la historia del matrimonio italiano que llega a Roma. 
 
Es quizás en esos momentos o miradas al más tópico italiano donde se pierde el punto de originalidad y de frescura de la película, no por la mirada a la ciudad y el preciosismo al retratarla sino en las historias y en el dibujo de personajes más anclados en la imagen que se tiene de la idiosincrasia italiana tantas veces descrita, que en la propia historia, que bien pudiera ser la base de una magnífica comedia o de un divertido vodevil.
 
Tras los dos párrafos anteriores, parecería que me estoy dedicando a destripar la última película de Woody Allen y sin embargo salí del cine encantado, con una sonrisa en la boca y con momentos de carcajada en mi haber que envidiaría cualquier director que quisiera firmar una más que digna comedia. Puedo decir que incluso en esas historias que he calificado de anodinas no pasé un rato desagradable. Entonces ¿por qué tanto análisis destructivo? ¿Por qué no disfrutar más de lo que nos da A Roma con amor? La respuesta es fácil: Es posible que se espere de Woody Allen lo que ya nos ha dado y no sepamos disfrutar de los buenos momentos que nos puede dar, aunque sea a cuenta gotas, en éstas, las últimas entregas de su filmografía.
 
Es evidente que Woody Allen ha optado por esta fórmula del estreno anual y rodar donde le quieren a esperar a que se le aparezca la diva definitiva, porque prefiere llevar  a cabo el método "trial and error" y probar cada año con una nueva historia a leer el manual de instrucciones de la perfecta comedia y hacernos esperar cinco años a presentar su obra definitiva. Entiendo perfectamente que el Sr. Allen, teniendo la edad que tiene, prefiera quemar todos los cartuchos que pueda disponer en su cinturón antes de que se lo lleve un soplo de aire fresco al otro barrio.
 
De momento sigue su método como un estoico obrero del cine porque, y como diría alguien muy cercano..., siempre es un placer ver una película de Woody Allen.
 
¿Qué fue de Baby Jane? Judy Davis, antigua colaboradora de Woody Allen en numerosas películas, vuelve por sus fueros tras más de una década de ausencia.
 
Ha nacido una estrella Allison Pill, con 2 películas de Woody Allen en su haber, aunque con papeles pequeños, y su intervención en las series de TV The Newsroom de Aaron Sorkin o en la aclamada In Treatment, esta canadiense ha comenzado de manera prometedora su carrera.
 
Lost in translation Penélope Cruz. Todavía estoy intentando descubrir de qué zona de Italia es el acento de la madrileña.
 
No sos vos sos yo Jesse Eisenberg. O como convertir con una interpretación lineal e insípida al personaje desubicado romántico al que siempre le irán medianamente mal las cosas y que será carne de psicoanálisis en el del creador de Facebook.
 

lunes, 15 de octubre de 2012

Jo qué…coñazo!


No se me caen los anillos si he de reconocer que en el transcurrir de los años he valorado de manera más notable la obra y trayectoria de David Cronenberg. Es innegable que durante toda su carrera, este director canadiense ha sabido dotar a sus películas de un halo trasgresor y de un universo al cual no muchos están dispuestos a acceder pero que a un servidor ha atrapado en más de una ocasión como en La zona muerta, Crash o La mosca, entre otras.


Del mismo modo, es evidente que en sus últimas incursiones en la cartelera hemos visto un Cronenberg más cercano a la historia y más alejado de las antaño sobrevaloradas posturas vanguardistas. Fruto de este cambio de rumbo y de, oh casualidades de la vida, su colaboración con el cada vez más maduro Viggo Mortensen, surgieron una serie de brotes verdes tan raros en la obra de Cronenberg como cercanos al público más clásico entre el que me encuentro. Una historia de violencia, Promesas del Este y Un método peligroso, se nos aparecen ahora como tres oasis en el desierto de lo terrenal tras el visionado de su última película: Cosmópolis.


La historia bien conocida entre las vanguardias artísticas por ser la adaptación de una novela del afamado Don Delillo, narra las peripecias de un joven magnate de las finanzas que se pasea con su limusina por las calles de Nueva York con el único objeto de dirigirse a su peluquería de siempre para un corte de pelo. Durante el trayecto irán sucediéndose episodios que supondrán un trascendental viaje iniciático para el personaje principal.


Puedo decir sin temor a equivocarme que Cosmópolis es una de las mayores imposturas ante las que me he atrevido a enfrentarme. Tras este punto de partida todo lo que pudiera decir debería siempre mejorar la primera impresión de mi crítica pero no va a ser así. Durante casi una hora de metraje trato de comprender a un personaje repugnante, aislado del mundanal ruido en su burbuja de éxito, ante el que se van presentando colaboradores, amantes, esposas y demás acólitos, en una suerte de conversaciones tan trascendentes que me saturan por repetitivas y vacuas en su significado. Alguno podrá criticarme por mi falta de capacidad analítica sobre las mismas. No se lo reprocho. Es posible que sea un lerdo incapaz de asumir tanto discurso demoledor y tanta frase para la posteridad tan vacía de contenido. En cambio, otros pensarán que bastante ha aguantado mi concentración con una hora de insoportable esnobismo.


Cuando finaliza la citada hora miro el reloj y sufro un ataque de pánico al darme cuenta que el concepto del tiempo es efectivamente relativo y que la hora que ha transcurrido en tiempo real ha supuesto para mí un viaje de aquellos que imaginaba HG Wells de casi tres. En cristiano, el tostón, la saturación, ha sido tal que parecía que hubiera visto la trilogía entera del Señor de los anillos, versión extendida. A partir de ese momento, ya no me interesa lo más mínimo lo que le suceda al personaje protagonista – la verdad es que antes tampoco mucho – y sólo quiero que se acabe cuánto antes tamaña estupidez. En ese momento creo que me pierdo lo mejor de la película, su final, la conversación que sostiene el protagonista con el incombustible Paul Giamatti que parece darle cierto sentido a todo lo acontecido, pero por aquel entonces a mí ya me perdieron hace tiempo.


Algunos han criticado a Cronenberg porque ha abandonado la estética para centrarse definitivamente en la ética, se le ha echado en cara que el fondo ha desplazado definitivamente a la forma, convertida en elementos vivos de las propias historias, elemento esencial en la obra del autor de Inseparables. En realidad, el problema no es que abandone la estética, el problema es que esta Cosmópolis no convence ni por la forma por apática, ni por el fondo por insustancial.


* Recuerda a películas del estilo Jo qué noche con ínfulas filosóficas.

* Misión Imposible Lo peor de la película no son los actores entre los que incluyo a Robert Pattinson. Eso sí, tampoco logran salvarla.

* La grand Bouffe ¿Quién se ha comido a Samantha Morton?

* Toma el dinero y corre Juliette Binoche o cómo ser una diva del cine independiente bien pagada al otro lado del charco por minuto de metraje.

jueves, 26 de julio de 2012

Batman begins again

El pasado viernes se estrenó la última entrega de la saga de El Caballero Oscuro que se inició con la tibia Batman Begins y que continuó con la prodigiosa The Dark Knight por obra y gracia del Sr. Christopher Nolan.

The Dark Knight Rises, que es como así se titula esta última entrega, sigue las pautas marcadas por sus antecesoras manteniendo lugares comunes entre todas ellas: un héroe que no quiere serlo, pero que no puede huir de su destino, un enemigo temible que busca la destrucción de una sociedad corrupta, una policía desorientada, ¿una chica en apuros? y unos secundarios de lujo. Todo ello, adornado por la estética y la ética de un realizador con un estilo muy marcado y ciertas ínfulas de autor.

Tras estos mimbres cuyos resultados mejores o peores vimos en el pasado, la pregunta al salir del cine era: "Pero ¿a cuál de sus antecesoras se acerca más?" La respuesta fue obvia. Evidentemente a la primera de ellas con la que comparte no sólo alguno de sus personajes y de sus giros argumentales sino también ese punto de cocción que le faltaba a la primera. Porque a The Dark Knight Rises le falta la rotundidad de la que gozó la película protagonizada por el malogrado Heath Ledger - porque sí, señores, él era el protagonista/antagonista de aquella segunda parte.
Reconozco que las comparaciones son odiosas y por tanto no puedo dejar de decir que la película de Nolan es un interesante ejercicio de dirección con momentos de gran acción y con una factura y realización impecables, asimismo, todo su plantel lleva a cabo un trabajo digno, en algunos casos menos digno - no seré yo quien cargue contra la encantadora Marion Cotillard - y en otros directamente comprado a precio de oro por segundo.
Sin embargo, y he aquí mi nota discordante, no puedo dejar de subrayar la falta de pegada en su metraje, versión extendida por cierto. Pretenden los Nolan - Jonathan y Christopher - dar un empaque, una épica al personaje y a la historia más allá de lo convencional en las películas otrora maltratadas de acción, algo que consiguió con The Dark Knight o con la denostada por muchos Inception. No obstante, en The Dark Knight Rises esta solemnidad se convierte por momentos en soberbia vacía y arquetípica y en ningún caso llega a este servidor. Es ese exceso de lo anterior en el guion lo que convierte ciertas escenas en burdas, reiterativas y carentes de ritmo, mención especial merece la secuencia del hoyo. Por el contrario, peca en otras de falta de profundidad y, me permito la repelencia, de ingenio.
Con The Dark Knight Rises muere una saga. Por supuesto, no quiero ser yo quien mate la rabia una vez muerto el murciélago ya que, por miedo a represalias de fanáticos pero sobre todo por ser sinceros, la saga que ahora finaliza deja atrás a las dos entregas de Tim Burton. Las de Joel Shumacher mejor obviarlas y olvidarlas del mismo modo que a los protagonistas de sus engendros.


Unas apuntes finales

¿Qué fue de Baby Jane?  Quién ha visto y quién ve al que una vez fue el recluta bufón Matthew Modine.

Coge el dinero y corre Michael Caine está retirado y ha vuelto porque Nolan se lo pidió. Pues podía haberse ahorrado el viaje y coger un par de imágenes suyas digitalizadas. La jubilación nunca fue más onerosa.

El hombre elefante Tom Hardy está muy digno en su papel de Bane a pesar de las limitaciones expresivas que le provoca la máscara que le cubre parte de su cara. Lástima que su personaje pierda fuelle en la parte final y se diluya como el azucarillo que fue El Espantapájaros.

Ha nacido una estrella Hace tiempo que Joseph Gordon-Lewitt ha llamado a las puertas del cielo hollywoodiense. Esperemos que siga en esa línea y no se deje embaucar por ofertas tan tentadoras en lo económico como desastrosas en lo artístico.

jueves, 1 de marzo de 2012

Ayer, hoy y siempre

Medianoche en París. El tatuaje de un dragón se asoma en la nuca de Hugo. Se dispone a entrar en la sesión golfa de un vestusto cine de aquéllos que se construyeron en los felices años 20, que nacieron de la ilusión pérdida tras la Gran Guerra, aquéllos cuyas proyecciones eran capaces, sin pronunciar una sola palabra, de reunir al vulgo y a los artistas más bohemios de la época. 

Hugo sueña con esos tiempos. Sueña con esos artistas surrealistas que deambulaban y bebían hasta el amanecer, que creaban arte de la industria, que mezclaban en su imaginacion elefantes y relojes, cubos con caballos de guerra. Sonríe y vuelve la mirada hacia su padre.

El chico agradece el sacrificio. Por acompañarle, ha abandonado en la habitación del hotel su ordenador lleno de estadísticas de jugadores y ese móvil que siempre suena a una nueva oferta. Su relación nunca fue ejemplar. Sin embargo, tras la muerte de su madre, su padre tiene el afán de estrechar sus lazos, queriendo alcanzar esa unión tan fuerte, tan cercana, que cree le unia a su madre. Sonríe de nuevo porque sabe que su verdadera madre, la que realmente le dio el cariño que necesitaba en los momentos más amargos de su infancia, no fue ella, sino su antigua niñera, aquélla a la que despidieron sin motivo aparente. Todavía se cuestiona el motivo que nunca se atrevió a preguntar. Sonríe amargamente al recordarla.

Entonces, su vista se alza hacia la fachada del palacio de proyecciones. Allí resplandece una figura. Es uno de esos carteles donde brilla con luz propia una de esas estrellas arrogantes del Hollywood dorado que como toda divinidad del celuloide parece ajena a una decadencia, la suya, que andaba cerca. Tempus fugit decían los clásicos. Antes y ahora. Su época se desvaneció. La de Hugo también lo hace. Sonríe otra vez. Esta vez, una lágrima se une. Nostalgia de una época pasada. Nostalgia de una época presente.


*Este relato se basa libremente en los títulos y los argumentos de algunas de las películas nominadas a los premios Óscar de la Academia del año 2011.

lunes, 9 de enero de 2012

4 joyas de fin de año y un recital

Hacía tiempo que no me dejaba ver por estos lares para comentar una película de estreno así que he decidido hacer un resumen de las últimas joyas que he podido admirar en la sala de proyección.

La buena racha comenzó con la última creación del otrora discutido, polémico, obtuso y excéntrico David Cronenberg, creador de un universo propio no exento de calidad en numerosas ocasiones. Sin embargo, el director de la mítica La mosca hace tiempo que ya no es el mismo. Desde la imprescindible una historia de violencia, Cronenberg se ha dedicado a explorar en su estilo dotándolo de un clasicismo en otra época impropio de él. Ahora nos ha presentado Un método peligroso que nos cuenta la relación a tres bandas entre Sigmund Freud, su discípulo más aventajado en el mundo del psicoanálisis Carl Jung y una de sus pacientes, con grandes dotes para la disciplina del diván. Reflexiva, complicada y profunda Un método peligroso consigue adentrarnos en un mundo tan complejo sin obviar tabús ni grotescas escenas, algo que siempre ha manejado con soltura su autor. Comentario aparte merece el cásting: el empaque de Viggo Mortenssen como Freud, la fragilidad del Jung de Fassbender y la sobreactuación medida al detalle de la cada vez más "esbelta" Keira Knightley.

Un Dios Salvaje de Roman Polanski repite elementos vistos en la obra de su autor: espacios cerrados, personajes desquiciados y la adaptación de una obra teatral, en este caso con la firma de Yasmina Reza. Dos matrimonios se reúnen en casa de uno de ellos para conciliar la pelea de dos de sus hijos. A partir de ese momento la hipocresía más vil, lo políticamente correcto se mueve por el filo de la navaja en esta sátira de la sociedad occidental. La cámara de Polanski sabiamente colocada da el ritmo fílmico a cuatro actores tocados por la varita mágica. Difícil destacar a alguno por encima del resto. Waltz, Foster y Winslet están extraordinarios. Sin embargo, me gustaría que se fijaran en alguien que nunca se ha llevado los focos ni los premios: el gran secundario John C. Reilly.

The Artist es, tal y como se definía en el blog de Celuloides en su jugo, un declaración de amor al cine pero también, una declaración de amor al amor. Cine mudo y en blanco y negro ¿Acaso se necesitaba algo más? Una joya para los amantes del cine, nostálgicos y románticos, para aquellos que creen que menos es más, que con un simple gesto, un sonrisa o una mirada se nos muestran todos aquellos sentimientos sin necesidad de frases grandilocuentes que deban pasar a la posteridad. Bebe del cine mudo, del musical, del melodrama y de la comedia. Bebe del Cine. Esta película merece un homenaje a su director, Michel Hazanavicius, por su propuesta y por su amor al realizarla.  

John Le Carré estará orgulloso de la adaptación de su novela. El topo nos narra la investigación de un agente de la secreta Circus para descubrir a un traidor en sus filas. Con esta excusa el director Thomas Alfredsson va más allá de la típica trama de espías de la guerra fría para mostrarnos la soledad de las personas que forman este mundo, todos abnegados a la causa. Sin persecuciones, ni disparos. Con la mirada y la palabra sosegada de un meticuloso observador. Elenco maravilloso de actores en el cual no debo dejar de alimentar mi admiración al Smiley de Gary Oldman.

Y el recital no es otro que Drive. La película de Nicolas Winding Refn absorve elementos de géneros y épocas de todo tipo: cine negro, western crepuscular, películas de samurais, acción ochentera,...Sin embargo, dota a su obra, a su historia y a sus personajes de vida y personalidad propia, gracias a un ejercicio de dirección impecable. Drive se convierte por lo antedicho, y por su música y por su estética, en marca de referencia para una generación, como lo fue el Taxi Driver de Scorsese o la Pulp Fiction de Tarantino. Ellos querrán ser Ryan Gosling y ellas...sólo querrán a Ryan Gosling.