martes, 19 de febrero de 2013

Lee Marvin: Duro de matar

Antes de los Jason Statham, Jean Claude Van Damme, Steven Seagal, Arnold Swarzeneger o Sylvester Stallone existió una raza de tipos duros que no necesitaron un físico imponente para amedrentar a sus enemigos. Simplemente, una figura, una mirada, una mueca y un revólver eran suficientes para acabar con todos ellos. Si se pensara en uno de esos actores que formaron parte de esa estirpe de tíos duros, evidentemente uno de los nombres que me vendrían a la cabeza sería el de Lee Marvin. 
 
Desde el comienzo de su carrera, Marvin alternó papeles secundarios y villanos inolvidables, robando escenas a las grandes estrellas del momento y convirtiendo su nombre, ya sólo por esa razón, en un imprescindible de la historia del Cine. Desde The big Heat (Los sobornados) de Fritz Lang, Wild one (El salvaje) de Lazslo Benedect, Bad day at Black rock (Conspiración de Silencio) de John Sturges, Raintree Country (El árbol de la vida) de Edward Dmytryck, The comancheros (Los comancheros) de Michael Curtiz, hasta la obra maestra de John Ford The man who shot Liberty Valance (El hombre que mató a Liberty Valance), su figura fue asociándose a la de un hombre de acción, tanto en westerns como en películas bélicas, hasta alcanzar el estrellato en los años 60 en los géneros anteriores como en la nueva vía del cine negro.
 
Así, aunque los premios y reconocimientos le llegaron por películas muy alejadas del citado cine de acción como Cat Ballou (La ingenua explosiva) de Elliot Silverstein o Ship of fools (El barco de los locos) de Stanley Kramer, aquí quiero recordar al tipo duro al que encargaría una misión imposible o a aquél a quien confiaría mi vida, con cuatro de sus películas más icónicas:
 
The killers (Código del hampa) de Don Siegel. 1964. Como la mayoría del cine de Siegel, película altamente recomendable y reivindicable con el transcurrir de los años. Lee Marvin y su compañero sicario, Clu Gulager, matan en la primera escena a John Cassavettes quien ni siquiera intenta huir. A partir de ahí, indagarán en el porqué de esta circunstancia reconstruyendo la historia de aquél a través de flashbacks. Nueva versión del clásico de Siodmack, The Killers (Forajidos), se acerca a la misma historia desde otro punto de vista, el de los asesinos y nos descubre una femme fatale impresionante, Angie Dickinson, en el último film del entonces futuro presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan. Estética y narrativamente influyente en todo el posterior cine de acción, incluido, y mucho, el de Quentin Tarantino.
 
 
 
The professionals (Los profesionales) de Richard Brooks. 1966. Guionista y director impresionante aporta su gran grano de arena al género genuino americano con este western de desengañados y desencantados. Otra impresionante mujer, esta vez una carnal Claudia Cardinalle es secuestrada por Raza, Jack Palance, un revolucionario mexicano para pedir un rescate al marido de ésta, Ralph Bellamy. Éste contrata a cuatro mercenarios para que la liberen, Henry "Rico" Fardan, Lee Marvin, y el dinamitero Bill Dolworth, Burt Lancaster, antiguos combatientes en la revolución mexicana de Villa, y los magníficos secundarios, Woody Strode y Robert Ryan. Revolución, ideología y honor. Amistad y amor. Un reparto, unos diálogos y una música inolvidable conforman uno de los mejores westerns jamás realizados y antecesor en muchos conceptos de la posterior Wild Bunch (Grupo Salvaje), de Sam Peckinpah.
 
 
 
Point Black (A quemarropa) de John Boorman. 1967. Vuelve John Boorman a este blog con un película totalmente distinta, al menos en cuanto a estética, a las ya analizadas de su filmografía. Point Black representa una vuelta de tuerca violenta a las esencias del cine negro cercana a la ya comentada The killers. Tras dar un golpe, Lee Marvin es traicionado por su mejor amigo y su esposa, John Vernon y de nuevo Angie Dickinson. Abandonado al creerle muerto, Marvin dedicará el resto de su existencia a dar caza a los amantes. La venganza como obsesión marca la tensa manera en la cual Boorman dirige cada plano, destacando los interminables planos secuencia y los redundantes planos de la figura protagonista. Una manera de narrar que nos sitúa en la piel, fría, del asesino. Quizás, la culminación de Lee Marvin como icono de tipo duro del Cine de cuya fuente beben otros posteriores, como Mel Gibson o, de nuevo, Tarantino ¿o acaso no os suena todo esto a Kill Bill?
 
 
 
The dirty dozen (Los doce del patíbulo) de Robert Aldrich. 1967. Aldrich, otro director a reivindicar, quiso contar con nuestro protagonista debido a su experiencia en primera línea de fuego en la Segunda Guerra Mundial y darle así mayor credibilidad a la historia. Marvin encarna a un indisciplinado oficial que tiene que cumplir una misión suicida. Para ello contará con una pléyade de soldados condenados por consejos de guerra. Película con dos partes bien diferenciadas: la primera, el reclutamiento, instrucción y preparación de la misión sirve para que el espectador se acerque y se identifique con los protagonistas mostrando algunas de las secuelas dejadas por la Guerra. La segunda, la propia misión, nos enseñará el nervio del director para narrar con maestría escenas de acción y de suspense. Enmarcada en el subgénero de misiones imposibles como Los cañones de Navarone o El desafío de las águilas, tan de moda en los años 60, The Dirty Dozen fue una película detestada por Marvin ya que él siempre prefirió sus películas claramente antibelicistas como Hell in the Pacific (Infierno en el Pacífico), de nuevo con Boorman como director, o The big red one (Uno rojo: división de choque) de Samuel Fuller.
 
 
 
Tras estas películas, la carrera de Marvin no volvió a cotas tan altas, pasando incluso por rodar un inusual musical como Paint yor Wagon de Joshua Logan y cerrando desgraciadamente su carrera con el inefable Chuck Norris en Delta Force. A pesar de ello, Lee Marvin sigue formando parte de la conciencia colectiva como icono del tipo duro y es toda una influencia directa en el cine de acción posterior. Sus herederos todavía hoy le intentan imitar.
 

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