sábado, 30 de octubre de 2010

LOCURA CON MUCHO SENTIDO

Tras el rotundo éxito de El Apartamento, Billy Wilder se dispuso a iniciar un nuevo reto. Volver a Alemania, al Berlín de su juventud, para rodar Un, Dos, Tres, una comedia hilarante y alocada ambientada en la Guerra fría, en el muro que separaba ambos mundos enfrentados. "Dios", como le llamó Fernando Trueba, consiguió que una cuestión tan seria en la época como la tensión política y prebélica que mantenían USA y URSS se convirtiera en objeto de la sorna y la mala leche del hombre al que se le atribuían chinchetas en el cerebro.

Precisamente, durante el año de producción de la película, tuvieron lugar las negociaciones y el encuentro entre Kennedy y Kruschev en Viena que no sirvieron para mover la posición occidental ("three essentials") expresada por el presidente norteamericano en julio de ese año: UNO (mantenimiento de la presencia occidental en Berlín occidental), DOS (mantenimiento del derecho de acceso), TRES (libre elección por parte de Berlín oeste de su régimen político). Fue esa política occidental la que aceleró el ritmo de huidas a la zona occidental y precipitó que el 13 de agosto de 1961 se iniciara la construcción de un muro que separaba ambas zonas de la ciudad y aislaba completamente al Berlín occidental.


Como era común en los guiones de Wilder y Diamond se nos presenta de inicio un hecho fortuito o externo a la vida de los personajes principales que desencadenará los posteriores acontecimientos. Así, Un, dos, tres introduce a Mr. McNamara, representante de Coca-Cola en Berlín Occidental, que acaricia desde hace tiempo la idea de introducir su marca en la URSS y de esta manera ascender en la compañía. Sin embargo, la llegada a Berlín de la hija del Presidente de la multinacional trastoca todos sus planes.

Desde ese momento se desarrolla esta comedia a modo de vodevil en el que todos los personajes entran y salen del escenario teatral de manera frenética. Frenética en cuanto a ritmo, música, acción y escenas cómicas memorables. A pesar de que corremos el riesgo de quedarnos con la visión de presenciar una sucesión de gags impagables, lo cual ya haría de ella una estupemdísima comedia, Un, dos, tres va mucho más allá. Wilder nos acerca a través de esta farsa la realidad de esos años, radiografía cómica de ese momento histórico, en la cual no deja títere con cabeza, criticando tanto a un bando como al otro: La codicia de los unos y la corrupción de los otros.

En este punto llegamos al centro de todos nuestros objetivos: Mr. McNamara. James Cagney en una de sus escasas (y últimas) interpretaciones cómicas se luce en su verborrea y en sus gestos presentándonos un personaje ambicioso, con apenas escrúpulos y con toda la mala leche del mundo, como el mismo Matthau en posteriores colaboraciones con Wilder, ¿o qué digo?, como el mismísimo Wilder.

¡Cojan aire porque comienza la función y no les va a dar ni un segundo de respiro! Un, dos, tres,...

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