martes, 19 de octubre de 2010

Éxito a cualquier precio. La comunicación.

Un individuo en la máxima expresión de la palabra busca la aceptación social a través de la creación de un instrumento que todos utilizamos para ser aceptados en la Sociedad digital actual. Ese mismo arquitecto que antepone su éxito intelectual, industrial y empresarial a sus más cercanas amistades termina por quedarse más solo que la una, incapaz de mostrar más que apices de humanidad mientras mira al vulgo desde su Olimpo superdotado. Ésta bien podría ser la sinopsis de La Red Social, y el retrato de su personaje principal, Mark Zuckerberg que, a su manera, nos recuerda al protagonista de la ópera prima y magna de Orson Welles.

No puede ser casualidad que críticos tan afamados como O. Rodríguez Marchante o Jordi Costa hayan coincidido a la hora de describir a Mark Zukerberg como un Charles Foster Kane del siglo XXI, con granos y camiseta como expresa el propio O.R.M. La diferencia entre ésta y aquella obra de descripción de un personaje y su época -Kane utilizaba la prensa, el cuarto poder, Zuckerberg, Internet, el definitivo poder a día de hoy- es que cuando se descubre el misterio de Rosebud todos entendemos porqué Charles F. Kane es el Ciudadano Kane. No ocurre lo mismo con el personaje interpretado por Jesse Eisengberg al que conocemos en un bar y sabemos desde la siguiente escena que es un auténtico cabrito y realmente nunca averiguamos la causa o el motivo de su gilipollez que, imaginas, le dura desde la misma cuna.

No se libran tampoco del juicio sumarisimo del guionista Aaron Sorkin los abrazafarolas y aprovechados, salvando, con un "not guilty" por falta de pruebas, al celoso amigo del veredicto de culpabilidad. La Red Social trata los mismos temas vistos en infinidad de ocasiones porque son los mismos que han movido tantas veces el mundo: celos, envidias, ambición, dinero, pero en este caso, todos ellos están en las manos y en las mentes de niños, niños que cuentan millones de dólares antes de que les crezcan los pelos de sálvese la parte.

En esta tesitura nos encontramos al maestro titiritero. David Fincher, creador de un sello propio, de un estilo narrativo y una estética fílmica única en la actualidad, abandona el romanticismo de su anterior y celebradísimo proyecto, al menos por mi parte, y agarra el frio bisturi con la precisión del cirujano para diseccionar a partir del libreto de Sorkin al genio de turno, su entorno, y su época que es la nuestra, en la cual nos encontramos ante la tragedia humana, las relaciones personales y la incomunicación, eso sí, llevada a los extremos actuales en los que se vive en la irrealidad que posibilita comunicarse con un chino de Shangai y, por el contrario, limita aquella que implica la mirada, la conversación directa o el tacto con la persona de al lado. La nueva era.

"Confirmar la solicitud de amistad" reza la red social Facebook...alguno todavia está esperando una respuesta.

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